No hay nada más homogéneo que el miedo. Ni el amor.
Nadie entre nosotros podría afirmar, sin rubor que le comprometa, que no ha
experimentado miedo en medio de una tormenta, que no ha dudado de sus sentidos en la penumbra de la noche, que no se le ha erizado la piel al sentir una presencia inesperada
por detrás o, en el extremo, que ha sido víctima de un miedo primigenio que
escapa de la lógica, el entendimiento y el sentido común. Por otro lado, el
amor es una emoción más quisquillosa y tautológica. Por ejemplo, no
me enamoran los muñecos de felpa, ni los paseos en la playa; pero estoy seguro
que todos, aunque motivado por fuerzas diferenciadas, somos capaces de vivir el
miedo con la misma intensidad. El miedo es más homogéneo que el amor. Y eso -a decir de Stephen King- es una de las más
lamentables tragedias de la especie humana.
El miedo es también, en palabras del ineludible Lovecraft, una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad. Y nada más viejo y poderoso que el miedo a lo desconocido. Los más afortunados de nosotros, a pesar de crecer al lado de Mario Bros o rodeados de Pokemones, revivimos el viejo rito de contar historias alrededor de una fogata durante nuestra infancia. No importa que supieses lo ridículo que sonaba la idea de una mujer lamentándose por las calles por la pérdida de sus hijos, lo improbable de una criatura infernal desatada; era irrelevante que, entre risitas nos recordáramos lo ingenuo de las historias, el punto es que no queríamos quedarnos solos el resto de la noche.
Más allá del miedo atávico que padecí como
cualquier otro niño, mi relación con el gusto de los medios -literario y
cinematográfico- por reproducir fórmulas para atemorizarnos fue, más bien,
tibia. El porqué gustamos de asustarnos descarada y festivamente con obras que
induzcan al miedo se explica en la misma clave en la que podemos entender
nuestro gusto cínico por la violencia estética o las catástrofes apocalípticas:
fascinación morbosa que, entre vuelta y vuelta, nos refleja para
reencontrarnos. Sin embargo, aunque me encanta el juego de espejos de la
realidad, nunca me atrajo suficiente el género. Siempre afirmé -aún lo hago-
que la realidad me parece encabronadamente más atemorizante que cualquier hijo
de puta quemado con suéter de rayas o un pulpo gigante con patéticas alitas de
murciélago.
Siempre que escucho que alguien afirma disfrutar de
que le asuste un libro o película, de sobresaltarse de miedo y las emociones
fuertes le recomiendo caminar por el barrio en la madrugada usando un Iphone.
En cinco minutos tendrás dos violadores, un drogadicto ocioso y un par de
ladronzuelos detrás de ti que te harán vivir el susto y la emoción más intensa
de toda tu vida. Pero, por supuesto, no se trata de eso. Nos atrae y seduce el
miedo controlado, un relato que nos haga salir de nuestra linealidad. Pero de
forma segura. Insisto: la realidad es endiabladamente más atemorizante que
cualquier ficción.
Aunque el arte no debe y no puede tener compromiso
más que consigo mismo, al menos si se quiere evitar coquetear con la futilidad,
la literatura y el cine de género involucra, aparentemente, remover temores y
complejos para lograr estremecernos en nuestra ínfima circunstancia por
necesidad. La ficción de este género tiene, entonces, un reto enorme frente a
sí. Me parece que no hay nada en una obra de ficción que estremezca más que la
realidad.
Claro, debe obviarse en este momento el hecho -ese
incontrovertible- de que una obra es disfrutable en sus méritos y recursos
propios, en sus propios términos siempre tendrá validez. La sutileza de un
encuadre de Hitchcock y la creación de atmósferas de la prosa de Gautier son
exquisiteces artísticas, pero en lo que corresponde al miedo arrebatador que
solían provocarnos las historias alrededor de la fogata o las sombras espesas
en los rincones de la habitación, la realidad desbordó esos parámetros hace
tiempo.
El siguiente es un texto que apareció como
reportaje en una revista política. El extracto corresponde al libro “Sicario,
confesiones de un asesino en Ciudad Juárez” de Charles Bowden, un testimonio
real:
“Los trajeron esposados por la espalda a la casa
donde encontraron los 36 cuerpos. Mojaron unas camisetas en gasolina, se las
pusieron en la espalda, les prendieron fuego y, después de un rato, se las
quitaron. La piel quedó pegada a la ropa. Los dos gritaban como cerdos en el
matadero. Les inyectaron algo para que no perdieran la conciencia. Después les
pusieron alcohol en los güevos y se los prendieron. Brincaron tan alto… estaban
esposados y aún así nunca vi a nadie brincar tan alto” (...)
“Sus espaldas parecían piel curtida, no sangraban.
Les pusieron bolsas de plástico en la cabeza para asfixiarlos y luego los
revivían frotándoles alcohol en la nariz”. “Todo lo que nos decían era: ‘Nos
veremos en el infierno’”.
“La cosa siguió así durante tres días. Apestaban a
carne quemada. Trajeron a un doctor para que los mantuviera con vida. Querían
que aguantaran otro día más. Empezaron a cagar sangre. Les metieron un palo de
escoba por el culo”.
“Al segundo día llegó alguien que les dijo: ‘Les
advertí que esto iba a suceder’”.
“‘Mátanos’, contestaron”.
“Aguantaron tres días más. El doctor tuvo que
emplearse a fondo, los inyectaba para que no murieran. Finalmente fallecieron a
causa de la tortura”.
“Nunca le pidieron ayuda a Dios. Sólo gritaban: ‘Nos
veremos en el infierno’”.
“Los enterré bocabajo y les eché cal viva”.
Experimentar miedo no es lo mismo que hace unos
años. Cuando éramos niños bastaba cerrar el libro, apagar la película o
taparnos los ojos para sentirnos nuevamente reconfortados. Hundirnos en la cama
entre nuestros padres o prender la luz para que las sombras que reptan las
habitaciones se escurran bajo la cama nuevamente. Ya no. El miedo está presente
y a la vuelta de la esquina. Y no podemos hacer mucho al respecto.
No desprecio ni descarto la literatura de género, ni mucho menos. Me gusta. Es un género que, como todos los demás, cumple y cubre un lugar específico entre las manifestaciones artísticas. Sobre la historia del género, la precisión de los términos (la diferencia entre horror y terror, por ejemplo) y sus subdivisiones se ha dicho mucho. Hoy sólo vine aquí para decir que, como aciertan en recordármelos algunas obras, el mundo es un lugar que da miedo. Y no está de más tenerlo bien presente.
A propósito de un mes de miedo
Muchísimas gracias por la mención Gabino, te lo agradezco de corazón. Todavía no te puse en la lista de participantes porque sigues sin aparecer como seguidor. Pero claro, me sabía mal volverte a insistir. En el banner de seguidores no apareces, no sé si por algún tipo de error, de todos modos para que lo compruebe tan solo debes dejarme la url de tu perfil de blogger y ahí aparece el listado de los blogs que sigues. No tiene mayor importancia, y sé que estás muy participativo con mi iniciativa, cosa que agradezco mucho y muy sinceramente, pero como ya te dije es tan solo por ser justa con todos los participantes por igual. Un beso, ya me dices algo.
ResponderBorrarHola Gabino, ya estoy aquí de nuevo, al fin apareciste en el banner de seguidores jejej. Te añado rapidamente a la lista de participantes. Besos.
ResponderBorrarHola! te dejo mi entrada del blog turista donde te menciono. Pásate cuando quieras! Besos!
ResponderBorrarhttp://rochepf.blogspot.com.es/2013/10/blogger-turista-1.html
Gabino, creo que aún sigo bajo los efectos de la taquicardia. He leído todo tu texto en voz alta- solo lo hago así cuando el texto es de calidad para "saborear" mejor las palabras- y todo iba bien. El miedo, pues vale, miedo controlado, como tú dices. El fragmento de realidad que nos has traído ha desarmado por completo la barrera de seguridad. El horror.
ResponderBorrarUn abrazo,
Hola aqui una entrada de presentacion de blogger turista donde te menciono.
ResponderBorrarhttp://palabras754.blogspot.com/2013/10/blogger-turista-presentacion.html